viernes, noviembre 19, 2004

Mi Estación (II)

...
- Joe, apaga las cámaras de vigilancia – le indiqué con gesto serio. Debo reconocer que los agentes como yo cumplimos nuestras tareas con eficiencia gracias a gente como Joe. Él tiene muy bien asumido su papel, y no duda en colaborar conmigo cuando es necesario. Y así lo hizo en esta ocasión, como tantas otras veces antes; me guiñó un ojo y desconectó los aparatos de grabación que registran todo cuanto sucede en nuestra estación.
Me apresuré para regresar al andén. Faltaban unos tres minutos para que llegara el convoy, así que debía actuar rápido. Allí seguía ese hijo de puta, con su pitillo en la boca, disfrutando cada calada, saboreando el humo gris extasiado, esperando aquel tren que nunca iba a coger... pero eso él no lo sabía.
Mientras me acercaba desenganché mi tonfa del cinturón; eso si que es auténtico placer, eso es fuerza y poder. Esa es la ley aquí abajo.
El cerdo no me vio hasta que estuve encima de él. Sostenía entre sus labios cortados lo que quedaba del cigarrillo. Al ver esa colilla apestosa no me pude contener, y descargué un golpe con toda mi fuerza contra su cara de idiota. El golpe resonó en todo el andén. Fue un golpe seco y sordo. Creo que no le rompí solamente los dientes, quizá también la mandíbula. Cayó rendido al suelo. Debo reconocer que aguantó bastante bien el golpe, porque no llegó a desmayarse como sucede de costumbre. Sangraba como un cerdo a mis pies, balbuceando palabras incomprensibles, suplicantes, entre arcadas de sangre. El muy estúpido estaba poniendo perdido el suelo, y me hizo enfurecer. Sentí una fuerte oleada de calor que surgía de mi estómago y me envolvía. Sí, esa sensación me encanta, y comencé a descargar golpes sobre el cuerpo de aquel imbécil, evitando la cabeza, para que se mantuviera consciente y sintiera todo el dolor que yo pudiera provocarle. Vanamente intentó protegerse con aquellas manos apestadas de nicotina y alquitrán. ¡Je je! ¡Cómo le rompí aquellos dedos a porrazos! Se quebraron como ramas secas... Sí, le golpeé durante un minuto más o menos, hasta que escuché la vibración del tren que pronto asomaría del negro túnel. Para entonces tenía fracturas a lo largo de sus cuatro extremidades; incluso una porción de tibia – o peroné, no puedo asegurarlo – asomaba entre la carne hinchada de su pierna derecha. Aprovechando esta circunstancia, le sujeté por ese mismo pie y le arrastré hacia el pequeño cuarto donde el personal de mantenimiento almacena los productos de limpieza y alguna que otra herramienta. Se trata de un cuarto pequeño y oscuro, que Joe y yo insonorizamos hace un par de años.Como el fumador comenzó a chillar por el dolor que le producían los tirones en su fracturada pierna, apresuré el paso y finalmente le introduje en el cuarto. Cerré la puerta, y permanecí unos segundos allí dentro, mientras el tren irrumpía en mi estación con estruendo.
continuará...