El perro trotaba por la calle olisqueando el aire con curiosidad y con las orejas tiesas, atentas a cualquier sonido diferente al que producían sus pezuñas al golpear rítmicamente el asfalto negro y caliente. Se trataba de un ejemplar desmesuradamente grande, musculado, feroz.
Unos metros por detrás caminaba su amo, erguido como las orejas del animal, vestido con un abrigo gris y un sombrero de ala ancha que bañaba su rostro en la sombra. La correa que unía hombre y bestia era larga y gruesa como una serpiente pitón, y aferrada al cuello peludo y oscuro del perro ejercía sobre él la fuerza necesaria para retenerlo junto a su amo.
Al otro extremo de la calle caminaba otro caballero, también vestido con abrigo, esta vez de color pardo oscuro, y sombrero. Se trataba de un hombre delgado y alto, cuya trayectoria se dirigía directamente hacia el hombre del perro.
Tras unos cuantos pasos de unos y otro, los tres se detuvieron en mitad de la acera.
- Buenos días - saludó cortés el hombre del abrigo pardo.
- Buenos días, en efecto - respondió el del perro.
El animal se aproximó interasado al personaje desconocido. Olfateó su mano con cuidado y posteriormente comenzó a lamerla con confianza.
- ¡Vaya! - comentó el amo - no acostumbra a tratar así a los desconocidos. ¿Me permite preguntarle su nombre, señor? - continuó con curiosidad; el perro recibía dócilmente las caricias del hombre delgado.
- ¡Cómo no!: mi nombre es Dinero - respondió él sin dejar de acariciar al gigantesco animal.
- Encantado de conocerle, señor Dinero. Permítame que me presente: me llamo Odio - dijo el hombre vestido de gris.
Intercambiaron un fuerte apretón de manos y caminaron juntos calle abajo charlando animadamente, mientras el perro trotaba a su alrededor.
- Encatador animal - afirmó el señor Dinero - y muy simpático, sin lugar a dudas...
Caminaron largo rato, y hablaron largo tiempo, acerca de la ciudad gris y marrón en la que vivían, y de la vida según uno y otro, de sus éxitos profesionales y de muchas otras cosas más que no merecería la pena enumerar.
Finalmente, llegaron al extremo de la calle, y observaron intrigados una porción de suelo que no era gris.
- Esto es realmente curioso. Hacía tanto tiempo que no veía algo así... ¿cómo se llamaba este color? - se preguntó a sí mismo Odio mientras se acariciaba suavemente el mentón.
- Verde, creo recordar - sentenció Dinero mirando atentamente la pequeña extensión de césped que se extendía frente a ellos.. El perro miró inquieto la pequeña plantación de gramíneas y dejó escapar un gruñido grave.
Pero resultó más curioso y sorprendente aún para los dos caballeros y su can el descubrimiento de la niña.
Estaba sentada en la hierba cy miraba estupefacta a Odio y Dinero, con sus ojos verdes abiertos de par en par. Tenía el cabello dorado y la tez blanca como la nieve. Su falda de brillantes colores estaba extendida a su alrededor y cubría sus piernas. Entre las manos sostenía un pequeño ramo de margaritas blancas y amarillas.
- ¡Hola! - dijo la pequeña niña - Me llamo Paz.
Tendió las flores a los señores de los abrigos, sombreros y perro enorme. Perro enorme que justo en aquel momento clavaba su mirada oscura y afilada sobre el rostro nival e inmaculado de la pequeña.
- ¿Quieren una flor? - preguntó ella. Su voz era suave y melódica.
Odio la miró inclinando ligeramente la cabeza hacia la derecha, en un gesto de incomprensión, y alargó la mano hasta tocar con la punta de sus dedos una de las margaritas.
Después del contacto, Odio se llevó la mano a la nariz semioculta bajo la sombre de su sombrero e inhaló el suave aroma de las flores. Y después soltó la correa de su perro.
El can se abalanzó sobre la niña ladrando amenazadoramente; el primer mordisco alcanzó directamente el rostro de la pequeña, y desgarró parte del pómulo izquierdo y el labio, tornando la nieve de su rostro en un torrente escarlata.
El segundo mordisco fue letal: el perro hizo presa en el delgado cuello de la criatura, que miraba desorientada alrededor, moviendo sus ojos verdes de un lado a otro, cada vez más lentamente, hasta que el último hálito de vida le abandonó y quedó sumida en un profundo sueño. El ramillete de flores cayó suavemente sobre la hierba.
El perro aflojó su presa y dejó desplomarse el cuerpecillo inerte. Con un hilo de sangre colgando de su hocico, el perro trotó nuevamente junto a su amo, que permanecía inmóvil contemplando la escena.
- Se trata, sin lugar a dudas de un animal excelente - comentó Dinero mientras reanudaban la marcha por la calle gris - A propósito, ¿cómo se llama?
- ¡Oh, vaya! pensé que ya lo había comentado - respondió Odio sonriente - Es hembra, y se llama Guerra - concluyó el hombre del abrigo gris mientras daba una palmada en el lomo al gran perro manchado de sangre.
jueves, enero 04, 2007
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