jueves, noviembre 03, 2011
Nuevo blog
En la actualidad, el autor de estos contenidos está publicando nuevos relatos cortos en Historias de Informáticos.
lunes, mayo 07, 2007
Amigo
Siempre me acuerdo de vosotros, mis amigos, mis hermanos.
A veces no lo parece: a veces no me ves porque me tapan las nubes, a veces no me oyes porque mi voz la tapan los truenos. Pero estoy ahí para tí, para vosotros, como ahora que escribo estas líneas. Como tú estás para mi ahora, cuando dedicas algo de tu tiempo a leerme.
No fallaré si me necesitas, y seré perro guardián o faldero, seré sol para alegrarte, seré lluvia para calmarte y seré noche para que duermas, para que sueñes, siempre a tu lado mientras pasa el tiempo, aunque esté lejos, aunque no me veas. Siempre, mientras los niños que fuimos se hacen hombres, mientras seamos hombres.
No me falles.
A veces no lo parece: a veces no me ves porque me tapan las nubes, a veces no me oyes porque mi voz la tapan los truenos. Pero estoy ahí para tí, para vosotros, como ahora que escribo estas líneas. Como tú estás para mi ahora, cuando dedicas algo de tu tiempo a leerme.
No fallaré si me necesitas, y seré perro guardián o faldero, seré sol para alegrarte, seré lluvia para calmarte y seré noche para que duermas, para que sueñes, siempre a tu lado mientras pasa el tiempo, aunque esté lejos, aunque no me veas. Siempre, mientras los niños que fuimos se hacen hombres, mientras seamos hombres.
No me falles.
jueves, abril 19, 2007
No llores
Una vez más en la vida, la muerte pasó rozando. No te miró, no era tu hora. "Todo llega" pensaste en silencio mientras respiró por última vez en su cama.
Aun así, por mucho que esa puta vestida de negro lo intentase, no se pudo llevar todo. Arrastró un cuerpo estéril, que a fin de cuentas había empezado a morir el mismo día que nació... solo eso. Pero dejó lo mejor: su voz, su amor, sus actos. No dejes que la pena se quede demasiado tiempo, amigo mío; él no lo hubiera querido, tengo esa certeza aún conociéndole solo a través de tí.
Hagamos lo posible para que dentro de incontables años, cuando la puta de negro no nos pase rozando sino que nos embista de lleno, cuando el cuerpo yermo y seco se nos deshaga en millones partículas minúsculas, dejemos a los nuestros lo mejor: nuestra voz, nuestros actos, y el menor número de lágrimas posible.
Aun así, por mucho que esa puta vestida de negro lo intentase, no se pudo llevar todo. Arrastró un cuerpo estéril, que a fin de cuentas había empezado a morir el mismo día que nació... solo eso. Pero dejó lo mejor: su voz, su amor, sus actos. No dejes que la pena se quede demasiado tiempo, amigo mío; él no lo hubiera querido, tengo esa certeza aún conociéndole solo a través de tí.
Hagamos lo posible para que dentro de incontables años, cuando la puta de negro no nos pase rozando sino que nos embista de lleno, cuando el cuerpo yermo y seco se nos deshaga en millones partículas minúsculas, dejemos a los nuestros lo mejor: nuestra voz, nuestros actos, y el menor número de lágrimas posible.
jueves, enero 04, 2007
Bonito perro
El perro trotaba por la calle olisqueando el aire con curiosidad y con las orejas tiesas, atentas a cualquier sonido diferente al que producían sus pezuñas al golpear rítmicamente el asfalto negro y caliente. Se trataba de un ejemplar desmesuradamente grande, musculado, feroz.
Unos metros por detrás caminaba su amo, erguido como las orejas del animal, vestido con un abrigo gris y un sombrero de ala ancha que bañaba su rostro en la sombra. La correa que unía hombre y bestia era larga y gruesa como una serpiente pitón, y aferrada al cuello peludo y oscuro del perro ejercía sobre él la fuerza necesaria para retenerlo junto a su amo.
Al otro extremo de la calle caminaba otro caballero, también vestido con abrigo, esta vez de color pardo oscuro, y sombrero. Se trataba de un hombre delgado y alto, cuya trayectoria se dirigía directamente hacia el hombre del perro.
Tras unos cuantos pasos de unos y otro, los tres se detuvieron en mitad de la acera.
- Buenos días - saludó cortés el hombre del abrigo pardo.
- Buenos días, en efecto - respondió el del perro.
El animal se aproximó interasado al personaje desconocido. Olfateó su mano con cuidado y posteriormente comenzó a lamerla con confianza.
- ¡Vaya! - comentó el amo - no acostumbra a tratar así a los desconocidos. ¿Me permite preguntarle su nombre, señor? - continuó con curiosidad; el perro recibía dócilmente las caricias del hombre delgado.
- ¡Cómo no!: mi nombre es Dinero - respondió él sin dejar de acariciar al gigantesco animal.
- Encantado de conocerle, señor Dinero. Permítame que me presente: me llamo Odio - dijo el hombre vestido de gris.
Intercambiaron un fuerte apretón de manos y caminaron juntos calle abajo charlando animadamente, mientras el perro trotaba a su alrededor.
- Encatador animal - afirmó el señor Dinero - y muy simpático, sin lugar a dudas...
Caminaron largo rato, y hablaron largo tiempo, acerca de la ciudad gris y marrón en la que vivían, y de la vida según uno y otro, de sus éxitos profesionales y de muchas otras cosas más que no merecería la pena enumerar.
Finalmente, llegaron al extremo de la calle, y observaron intrigados una porción de suelo que no era gris.
- Esto es realmente curioso. Hacía tanto tiempo que no veía algo así... ¿cómo se llamaba este color? - se preguntó a sí mismo Odio mientras se acariciaba suavemente el mentón.
- Verde, creo recordar - sentenció Dinero mirando atentamente la pequeña extensión de césped que se extendía frente a ellos.. El perro miró inquieto la pequeña plantación de gramíneas y dejó escapar un gruñido grave.
Pero resultó más curioso y sorprendente aún para los dos caballeros y su can el descubrimiento de la niña.
Estaba sentada en la hierba cy miraba estupefacta a Odio y Dinero, con sus ojos verdes abiertos de par en par. Tenía el cabello dorado y la tez blanca como la nieve. Su falda de brillantes colores estaba extendida a su alrededor y cubría sus piernas. Entre las manos sostenía un pequeño ramo de margaritas blancas y amarillas.
- ¡Hola! - dijo la pequeña niña - Me llamo Paz.
Tendió las flores a los señores de los abrigos, sombreros y perro enorme. Perro enorme que justo en aquel momento clavaba su mirada oscura y afilada sobre el rostro nival e inmaculado de la pequeña.
- ¿Quieren una flor? - preguntó ella. Su voz era suave y melódica.
Odio la miró inclinando ligeramente la cabeza hacia la derecha, en un gesto de incomprensión, y alargó la mano hasta tocar con la punta de sus dedos una de las margaritas.
Después del contacto, Odio se llevó la mano a la nariz semioculta bajo la sombre de su sombrero e inhaló el suave aroma de las flores. Y después soltó la correa de su perro.
El can se abalanzó sobre la niña ladrando amenazadoramente; el primer mordisco alcanzó directamente el rostro de la pequeña, y desgarró parte del pómulo izquierdo y el labio, tornando la nieve de su rostro en un torrente escarlata.
El segundo mordisco fue letal: el perro hizo presa en el delgado cuello de la criatura, que miraba desorientada alrededor, moviendo sus ojos verdes de un lado a otro, cada vez más lentamente, hasta que el último hálito de vida le abandonó y quedó sumida en un profundo sueño. El ramillete de flores cayó suavemente sobre la hierba.
El perro aflojó su presa y dejó desplomarse el cuerpecillo inerte. Con un hilo de sangre colgando de su hocico, el perro trotó nuevamente junto a su amo, que permanecía inmóvil contemplando la escena.
- Se trata, sin lugar a dudas de un animal excelente - comentó Dinero mientras reanudaban la marcha por la calle gris - A propósito, ¿cómo se llama?
- ¡Oh, vaya! pensé que ya lo había comentado - respondió Odio sonriente - Es hembra, y se llama Guerra - concluyó el hombre del abrigo gris mientras daba una palmada en el lomo al gran perro manchado de sangre.
Unos metros por detrás caminaba su amo, erguido como las orejas del animal, vestido con un abrigo gris y un sombrero de ala ancha que bañaba su rostro en la sombra. La correa que unía hombre y bestia era larga y gruesa como una serpiente pitón, y aferrada al cuello peludo y oscuro del perro ejercía sobre él la fuerza necesaria para retenerlo junto a su amo.
Al otro extremo de la calle caminaba otro caballero, también vestido con abrigo, esta vez de color pardo oscuro, y sombrero. Se trataba de un hombre delgado y alto, cuya trayectoria se dirigía directamente hacia el hombre del perro.
Tras unos cuantos pasos de unos y otro, los tres se detuvieron en mitad de la acera.
- Buenos días - saludó cortés el hombre del abrigo pardo.
- Buenos días, en efecto - respondió el del perro.
El animal se aproximó interasado al personaje desconocido. Olfateó su mano con cuidado y posteriormente comenzó a lamerla con confianza.
- ¡Vaya! - comentó el amo - no acostumbra a tratar así a los desconocidos. ¿Me permite preguntarle su nombre, señor? - continuó con curiosidad; el perro recibía dócilmente las caricias del hombre delgado.
- ¡Cómo no!: mi nombre es Dinero - respondió él sin dejar de acariciar al gigantesco animal.
- Encantado de conocerle, señor Dinero. Permítame que me presente: me llamo Odio - dijo el hombre vestido de gris.
Intercambiaron un fuerte apretón de manos y caminaron juntos calle abajo charlando animadamente, mientras el perro trotaba a su alrededor.
- Encatador animal - afirmó el señor Dinero - y muy simpático, sin lugar a dudas...
Caminaron largo rato, y hablaron largo tiempo, acerca de la ciudad gris y marrón en la que vivían, y de la vida según uno y otro, de sus éxitos profesionales y de muchas otras cosas más que no merecería la pena enumerar.
Finalmente, llegaron al extremo de la calle, y observaron intrigados una porción de suelo que no era gris.
- Esto es realmente curioso. Hacía tanto tiempo que no veía algo así... ¿cómo se llamaba este color? - se preguntó a sí mismo Odio mientras se acariciaba suavemente el mentón.
- Verde, creo recordar - sentenció Dinero mirando atentamente la pequeña extensión de césped que se extendía frente a ellos.. El perro miró inquieto la pequeña plantación de gramíneas y dejó escapar un gruñido grave.
Pero resultó más curioso y sorprendente aún para los dos caballeros y su can el descubrimiento de la niña.
Estaba sentada en la hierba cy miraba estupefacta a Odio y Dinero, con sus ojos verdes abiertos de par en par. Tenía el cabello dorado y la tez blanca como la nieve. Su falda de brillantes colores estaba extendida a su alrededor y cubría sus piernas. Entre las manos sostenía un pequeño ramo de margaritas blancas y amarillas.
- ¡Hola! - dijo la pequeña niña - Me llamo Paz.
Tendió las flores a los señores de los abrigos, sombreros y perro enorme. Perro enorme que justo en aquel momento clavaba su mirada oscura y afilada sobre el rostro nival e inmaculado de la pequeña.
- ¿Quieren una flor? - preguntó ella. Su voz era suave y melódica.
Odio la miró inclinando ligeramente la cabeza hacia la derecha, en un gesto de incomprensión, y alargó la mano hasta tocar con la punta de sus dedos una de las margaritas.
Después del contacto, Odio se llevó la mano a la nariz semioculta bajo la sombre de su sombrero e inhaló el suave aroma de las flores. Y después soltó la correa de su perro.
El can se abalanzó sobre la niña ladrando amenazadoramente; el primer mordisco alcanzó directamente el rostro de la pequeña, y desgarró parte del pómulo izquierdo y el labio, tornando la nieve de su rostro en un torrente escarlata.
El segundo mordisco fue letal: el perro hizo presa en el delgado cuello de la criatura, que miraba desorientada alrededor, moviendo sus ojos verdes de un lado a otro, cada vez más lentamente, hasta que el último hálito de vida le abandonó y quedó sumida en un profundo sueño. El ramillete de flores cayó suavemente sobre la hierba.
El perro aflojó su presa y dejó desplomarse el cuerpecillo inerte. Con un hilo de sangre colgando de su hocico, el perro trotó nuevamente junto a su amo, que permanecía inmóvil contemplando la escena.
- Se trata, sin lugar a dudas de un animal excelente - comentó Dinero mientras reanudaban la marcha por la calle gris - A propósito, ¿cómo se llama?
- ¡Oh, vaya! pensé que ya lo había comentado - respondió Odio sonriente - Es hembra, y se llama Guerra - concluyó el hombre del abrigo gris mientras daba una palmada en el lomo al gran perro manchado de sangre.
jueves, octubre 20, 2005
Confusión
El tiempo ha pasado muy deprisa.Me doy cuenta de ello cada vez que hablamos todos juntos, amigo, recordando los tiempos del colegio, instituto y universidad, como si hubiera sido ayer. En esos momentos me quedo en silencio mientras la sonrisa se va diluyendo lentamente en mi rostro, y casi sin notarlo, en mi boca queda instalado el sabor agridulce de la sospecha, de que quizá aquellos tiempos que se fueron hayan sido los mejores de mi vida y que ahora todo va a peor y no podemos evitarlo. La sospecha de que aún en mi plena juventud, casi todo se me presenta borroso e incierto.Tengo mucho miedo. Temo descubrir que he tomado un camino equivocado, cuando dentro de veinte o treinta años los buenos tiempos sí queden lejanos e inalcanzables, olvidados. Temo descubrir que me he vendido, que he encorvado mi espalda y sacrificado mi vista durante horas interminables frente a un monitor, que he perdido momentos irrecuperables, para nada.Éramos más que un grupo de amigos, eramos como hermanos, lobos de una misma camada, todos juntos, unidos como una piña. Y ahora no somos nada, nos deshacemos como la sal en el agua. Triunfadores dirían otros, sí, pero diluidos en el agua, en el mar de gente que nos rodea.¿Qué hemos hecho? ¿Qué no he hecho? ¿Cómo he llegado a levantarme cada día a las seis de la mañana, para regresar a casa a las ocho? Envidias mi nómina, envidias mi traje, mi camisa blanca y mi corbata azul. Yo envidio tu tiempo libre, cada minuto que pasas sentado en el cesped al sol, como un gato. Envidio tu libertad; anhelo tu libertad, mi libertad perdida bajo el yugo de una corbata.
viernes, abril 08, 2005
Yonki
- ¡Dame la cartera, vieja! – grité a la ancianita cuando salía del banco. Ella se echó a llorar y pidió socorro al borde de la histeria, pero nadie le iba a ayudar, porque ella era solo una vieja, y yo un drogadicto con una navaja oxidada y repulsiva.
Como la ancianita no tenía intención de soltar el monedero, me vi obligado a darle un navajazo en el cuello… ¡vaya cómo chillaba! La sangre siempre ayuda en este tipo de tareas en las que la violencia es esencial, y os puedo jurar que salió mucha sangre de ese cuello arrugado. Finalmente, la mujer soltó el monedero, y me adueñé de los trescientos euros de pensión que acababa de sacar del banco. No era mucho, lo justo para aguantar un par de días sin el maldito mono. Me apetecía un montón ponerme un buen pico.
De camino a las chabolas volví a vomitar. Últimamente me pasaba con relativa frecuencia, pero me daba igual, siempre que hubiera caballo para olvidar el sabor metálico de la sangre en mi boca.
Os preguntaréis por qué me pongo, por qué me pincho… ¿pensáis que tengo una triste historia a mis espaldas?, ¿que me enganché por un amor no correspondido, o porque mi puto padre me pegaba? Pues no. Me pincho porque sí … Empecé con la coca, era la ostia, viviendo a tope con mis coleguis molones, tirando de farlopa día y noche. Pero luego se acabó la pasta, y descubrí el jaco, caballo, heroína, como lo quieras llamar, gilipollas. Y vendí mi scooter y mi chupa Chevignon, para comprar más. Y vendí mi videoconsola, y la minicadena de mis padres, y compré más.
Jeje, cuando me quise dar cuenta tenía las venas negras como la boca de un lobo, me he pinchado hasta en la polla, cabrones… vaya, casi sin darme cuenta, y ya estamos aquí; es lo que tiene el caballo, se te pasa el tiempo volando. Se te pasa la vida, volando.
Las chabolas engañan mucho. Tras esas paredes de mierda, viven los traficantes a todo lujo… yo he visto jacuzzis y televisores como pantallas de cine tras esas puertas. Pero la chabola de hoy no es de las mejores, aunque sí de las baratas. Seguro que este polvo marrón que me pasa el camello tiene de todo, coca, ladrillo rayado, quizá algo de anfeta… y heroína, cómo no. Me da rabia no poder pincharme aquí mismo, pero las normas son las normas: nada de picarse dentro.Así que me salgo fuera con la papelina en una mano y la jeringa en la otra. Yo creo que no la cambio desde hace un par de años, cuando me pegaron el SIDA. Ya paso de buscarme venas en el brazo, es tontería, así que enfilo la pierna como un campeón. Agua destilada, amoniaco, una cucharilla requemada, una goma, todo para dentro, todo para mí. El corazón se me acelera de golpe, ¡menudo subidón!… aunque intente mantener abiertos los ojos, se me cierran, pesan plomo, y acabo cediendo al placentero orgasmo de la heroína. ¿Creías que los yonkis sidosos como yo no podíamos ser felices? Pues mírame. Mira como me quedo tirado, rebozado en polvo y mierda, entre chabolas inmundas y traficantes. Mírame morir, hijo de puta. Mírame morir.
Como la ancianita no tenía intención de soltar el monedero, me vi obligado a darle un navajazo en el cuello… ¡vaya cómo chillaba! La sangre siempre ayuda en este tipo de tareas en las que la violencia es esencial, y os puedo jurar que salió mucha sangre de ese cuello arrugado. Finalmente, la mujer soltó el monedero, y me adueñé de los trescientos euros de pensión que acababa de sacar del banco. No era mucho, lo justo para aguantar un par de días sin el maldito mono. Me apetecía un montón ponerme un buen pico.
De camino a las chabolas volví a vomitar. Últimamente me pasaba con relativa frecuencia, pero me daba igual, siempre que hubiera caballo para olvidar el sabor metálico de la sangre en mi boca.
Os preguntaréis por qué me pongo, por qué me pincho… ¿pensáis que tengo una triste historia a mis espaldas?, ¿que me enganché por un amor no correspondido, o porque mi puto padre me pegaba? Pues no. Me pincho porque sí … Empecé con la coca, era la ostia, viviendo a tope con mis coleguis molones, tirando de farlopa día y noche. Pero luego se acabó la pasta, y descubrí el jaco, caballo, heroína, como lo quieras llamar, gilipollas. Y vendí mi scooter y mi chupa Chevignon, para comprar más. Y vendí mi videoconsola, y la minicadena de mis padres, y compré más.
Jeje, cuando me quise dar cuenta tenía las venas negras como la boca de un lobo, me he pinchado hasta en la polla, cabrones… vaya, casi sin darme cuenta, y ya estamos aquí; es lo que tiene el caballo, se te pasa el tiempo volando. Se te pasa la vida, volando.
Las chabolas engañan mucho. Tras esas paredes de mierda, viven los traficantes a todo lujo… yo he visto jacuzzis y televisores como pantallas de cine tras esas puertas. Pero la chabola de hoy no es de las mejores, aunque sí de las baratas. Seguro que este polvo marrón que me pasa el camello tiene de todo, coca, ladrillo rayado, quizá algo de anfeta… y heroína, cómo no. Me da rabia no poder pincharme aquí mismo, pero las normas son las normas: nada de picarse dentro.Así que me salgo fuera con la papelina en una mano y la jeringa en la otra. Yo creo que no la cambio desde hace un par de años, cuando me pegaron el SIDA. Ya paso de buscarme venas en el brazo, es tontería, así que enfilo la pierna como un campeón. Agua destilada, amoniaco, una cucharilla requemada, una goma, todo para dentro, todo para mí. El corazón se me acelera de golpe, ¡menudo subidón!… aunque intente mantener abiertos los ojos, se me cierran, pesan plomo, y acabo cediendo al placentero orgasmo de la heroína. ¿Creías que los yonkis sidosos como yo no podíamos ser felices? Pues mírame. Mira como me quedo tirado, rebozado en polvo y mierda, entre chabolas inmundas y traficantes. Mírame morir, hijo de puta. Mírame morir.
viernes, abril 01, 2005
Mi Estación (y III)
...
Antes de comenzar, avisé a Joe por el intercomunicador para que bajara cuanto antes a limpiar la sangre que aquel estúpido había esparcido por todo el suelo. Después, pisé repetidas veces la fractura abierta de aquel criminal fumador, hasta que casi se desvaneció. El maldito no dejaba de chillar, de modo que me vi obligado a amordazarle; por desgracia no había nada que sirviera por allí cerca. Maldita sea, tuve que cortarle la mano, y metérsela en la boca sanguinolenta. ¿Han cortado ustedes alguna vez una pata de cordero? Pues cortar la mano de un infractor es igual, el hueso cuesta mucho, de modo que opté por cortar la carne con una pequeña sierra, y luego romper el hueso a golpes con mi porra. El tío se calló por fin, y en lugar de gritar comenzó a resoplar con los ojos saliendo de sus órbitas. Era repugnante, así que decidí acabar con el asunto, y le golpeé en la cabeza hasta que murió. Algunos pequeños fragmentos de su cerebro salpicaron la pared, pero los pude limpiar fácilmente. Maggie y Bronson siempre me lo repiten: “Bastante tenemos que llevarnos a esta escoria cada noche, como para que encima dejes perdido el cuartito”, eso me dicen. No me gusta que mis amigos se enfaden conmigo. Como de costumbre, cogí la cartera del tío. También llevaba un par de chicles de menta en el bolsillo, algo normal entre los fumadores como él.
Antes de salir del cuartito, metí el brazo inerte de aquel desgraciado en un cubo, para que la sangre chorreara dentro. Apagué la luz, y volví al anden nuevamente. El tren había abandonado ya la estación, y una mujer morena y la que debía ser su hija me miraron con atención, para luego aproximarse decididas hacia mí. Así con fuerza mi porra, posiblemente habían visto la sangre en el suelo antes de que Joe la limpiara, y tendría que silenciarlas. Cuando por fin estuvieron frente a mí, la mujer preguntó educadamente:
- Disculpe señor, ¿para llegar a la estación de autobús? Me han dicho que queda por aquí cerca...
La verdad, mi trabajo también ofrece satisfacciones. Me gusta servir a mi comunidad, y mantener el orden en mi estación. Con una radiante sonrisa respondí:
- Por supuesto, señora. Suba hasta la taquilla y gire a la derecha. Tome la escalera que sube y verá la estación justo al otro lado de la calle. ¡Ah! Y tenga usted cuidado, uno de los escalones tiene una pequeña fisura; no vaya a tropezar.
Después me agaché y le di uno de los chicles del fumador a la niña.
- Esto es para ti pequeña – le dije al tiempo que le revolvía los suaves cabellos.
- Muchas gracias señor – dijo la madre con total sinceridad, tirando suavemente de la mano de la niña, que mascaba con avidez el chicle. Suspiré profundamente, con la satisfacción del deber cumplido, y me dirigí tras la señora, hacia la taquilla. Joe podía conectar nuevamente el sistema de grabación.
- ¡Qué caballero tan amable! ¿Verdad hija mía? – oí a la madre decir mientras salían de mi estación.
Antes de comenzar, avisé a Joe por el intercomunicador para que bajara cuanto antes a limpiar la sangre que aquel estúpido había esparcido por todo el suelo. Después, pisé repetidas veces la fractura abierta de aquel criminal fumador, hasta que casi se desvaneció. El maldito no dejaba de chillar, de modo que me vi obligado a amordazarle; por desgracia no había nada que sirviera por allí cerca. Maldita sea, tuve que cortarle la mano, y metérsela en la boca sanguinolenta. ¿Han cortado ustedes alguna vez una pata de cordero? Pues cortar la mano de un infractor es igual, el hueso cuesta mucho, de modo que opté por cortar la carne con una pequeña sierra, y luego romper el hueso a golpes con mi porra. El tío se calló por fin, y en lugar de gritar comenzó a resoplar con los ojos saliendo de sus órbitas. Era repugnante, así que decidí acabar con el asunto, y le golpeé en la cabeza hasta que murió. Algunos pequeños fragmentos de su cerebro salpicaron la pared, pero los pude limpiar fácilmente. Maggie y Bronson siempre me lo repiten: “Bastante tenemos que llevarnos a esta escoria cada noche, como para que encima dejes perdido el cuartito”, eso me dicen. No me gusta que mis amigos se enfaden conmigo. Como de costumbre, cogí la cartera del tío. También llevaba un par de chicles de menta en el bolsillo, algo normal entre los fumadores como él.
Antes de salir del cuartito, metí el brazo inerte de aquel desgraciado en un cubo, para que la sangre chorreara dentro. Apagué la luz, y volví al anden nuevamente. El tren había abandonado ya la estación, y una mujer morena y la que debía ser su hija me miraron con atención, para luego aproximarse decididas hacia mí. Así con fuerza mi porra, posiblemente habían visto la sangre en el suelo antes de que Joe la limpiara, y tendría que silenciarlas. Cuando por fin estuvieron frente a mí, la mujer preguntó educadamente:
- Disculpe señor, ¿para llegar a la estación de autobús? Me han dicho que queda por aquí cerca...
La verdad, mi trabajo también ofrece satisfacciones. Me gusta servir a mi comunidad, y mantener el orden en mi estación. Con una radiante sonrisa respondí:
- Por supuesto, señora. Suba hasta la taquilla y gire a la derecha. Tome la escalera que sube y verá la estación justo al otro lado de la calle. ¡Ah! Y tenga usted cuidado, uno de los escalones tiene una pequeña fisura; no vaya a tropezar.
Después me agaché y le di uno de los chicles del fumador a la niña.
- Esto es para ti pequeña – le dije al tiempo que le revolvía los suaves cabellos.
- Muchas gracias señor – dijo la madre con total sinceridad, tirando suavemente de la mano de la niña, que mascaba con avidez el chicle. Suspiré profundamente, con la satisfacción del deber cumplido, y me dirigí tras la señora, hacia la taquilla. Joe podía conectar nuevamente el sistema de grabación.
- ¡Qué caballero tan amable! ¿Verdad hija mía? – oí a la madre decir mientras salían de mi estación.
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