...
Antes de comenzar, avisé a Joe por el intercomunicador para que bajara cuanto antes a limpiar la sangre que aquel estúpido había esparcido por todo el suelo. Después, pisé repetidas veces la fractura abierta de aquel criminal fumador, hasta que casi se desvaneció. El maldito no dejaba de chillar, de modo que me vi obligado a amordazarle; por desgracia no había nada que sirviera por allí cerca. Maldita sea, tuve que cortarle la mano, y metérsela en la boca sanguinolenta. ¿Han cortado ustedes alguna vez una pata de cordero? Pues cortar la mano de un infractor es igual, el hueso cuesta mucho, de modo que opté por cortar la carne con una pequeña sierra, y luego romper el hueso a golpes con mi porra. El tío se calló por fin, y en lugar de gritar comenzó a resoplar con los ojos saliendo de sus órbitas. Era repugnante, así que decidí acabar con el asunto, y le golpeé en la cabeza hasta que murió. Algunos pequeños fragmentos de su cerebro salpicaron la pared, pero los pude limpiar fácilmente. Maggie y Bronson siempre me lo repiten: “Bastante tenemos que llevarnos a esta escoria cada noche, como para que encima dejes perdido el cuartito”, eso me dicen. No me gusta que mis amigos se enfaden conmigo. Como de costumbre, cogí la cartera del tío. También llevaba un par de chicles de menta en el bolsillo, algo normal entre los fumadores como él.
Antes de salir del cuartito, metí el brazo inerte de aquel desgraciado en un cubo, para que la sangre chorreara dentro. Apagué la luz, y volví al anden nuevamente. El tren había abandonado ya la estación, y una mujer morena y la que debía ser su hija me miraron con atención, para luego aproximarse decididas hacia mí. Así con fuerza mi porra, posiblemente habían visto la sangre en el suelo antes de que Joe la limpiara, y tendría que silenciarlas. Cuando por fin estuvieron frente a mí, la mujer preguntó educadamente:
- Disculpe señor, ¿para llegar a la estación de autobús? Me han dicho que queda por aquí cerca...
La verdad, mi trabajo también ofrece satisfacciones. Me gusta servir a mi comunidad, y mantener el orden en mi estación. Con una radiante sonrisa respondí:
- Por supuesto, señora. Suba hasta la taquilla y gire a la derecha. Tome la escalera que sube y verá la estación justo al otro lado de la calle. ¡Ah! Y tenga usted cuidado, uno de los escalones tiene una pequeña fisura; no vaya a tropezar.
Después me agaché y le di uno de los chicles del fumador a la niña.
- Esto es para ti pequeña – le dije al tiempo que le revolvía los suaves cabellos.
- Muchas gracias señor – dijo la madre con total sinceridad, tirando suavemente de la mano de la niña, que mascaba con avidez el chicle. Suspiré profundamente, con la satisfacción del deber cumplido, y me dirigí tras la señora, hacia la taquilla. Joe podía conectar nuevamente el sistema de grabación.
- ¡Qué caballero tan amable! ¿Verdad hija mía? – oí a la madre decir mientras salían de mi estación.
viernes, abril 01, 2005
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1 comentario:
Sin duda magistral, pienso que refleja muy bien la dualidad del hombre,
A mi me trasmite lo siguiente: "da igual lo que hagas y lo que seas, lo que importa es no tocar las pelotas al fuerte, que el mismo que te salva, te asesina"
Saludos
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