... Con la precisión y destreza que otorga el uso continuo de los brazos, Tito impulsó el globo y observó la caída del mismo. Alcanzó su blanco plenamente: la goma azul reventó sobre el caniche Curro, que se encontraba ensimismado olfateando y lamiendo su propia deposición, derramándose sobre él el líquido contenido. El perro brincó y soltó un ladrido de sorpresa. Como no, la dueña corrió hacia el empapado animal exclamando maldiciones, y lo recogió del suelo.
- ¿Qué te han hecho, chiquitín mío? – preguntó Machocha con cariño. Pronto lo descubrió. El potentísimo ácido que contenía el globo comenzó a abrasar al caniche, que chilló con horror a medida que su pelaje amarillento se desprendía de su cuerpo junto con su piel maloliente. Los ojos, el hocico y los oídos también habían sido alcanzados por el líquido, acrecentando más aún el terrible dolor.
- ¡Ayyy madre mía! – chilló Machocha, cuyas manos se abrasaron instantes después de sujetar al animal - ¡Ayyy que me lo matan! ¿Quién ha sido el cabronazooo? ¿Quién?.
La mujer chillaba mirando a uno y otro lado de la calle, sosteniendo el perro abrasado entre sus manos hinchadas y rollizas. El animal ya no se movía. Tras perforar sus tímpanos y oídos, el ácido dañó el cerebro; además, el vapor tóxico, una vez inhalado, resultó letal y definitivo para aquel caniche de mierda.
- ¡Aquí señora! – saludó Tito desde su ventana, moviendo la mano a uno y otro lado. - ¿Qué le ha sucedido a Currito?, parece que se encuentra mal... – continuó diciendo entre sonoras carcajadas. La venganza aún no se había consumado, pero iba por buen camino.
- ¡Te mataré, paralítico! – amenazó ella iracunda, señalándole con el dedo índice. - ¡Espérame en ese cuchitril que tienes por casa, si tienes cojones! – gritó la obesa mujer mientras atravesaba el portal de Tito. Al entrar, pisó los excrementos de su fallecida mascota, y resbaló precipitándose con estruendo contra el suelo. Su espalda y trasero quedaron embadurnados de la mierda más reciente depositada por Curro. Inmediatamente se incorporó y desapareció de la vista de Tito, que reía casi convulsivamente ante el terrible enfado de la mujer que en aquellos momentos subía en el ascensor, directa a su hogar.
martes, septiembre 28, 2004
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