martes, septiembre 14, 2004

Uno, dos

La mirada perdida y vacía, los ojos vidriosos; el paso cansino - uno, dos, uno, dos - que le guía calle abajo. Los brazos cuelgan a los lados del cuerpo, inertes. Solamente el puño derecho, rígido como una piedra, asiendo con férrea brutalidad el mango del cuchillo.
Un mechón de pelo negro y sudado descansa entre sus ojos balanceándose con cada paso a derecha e izquierda. Lo aparta con pereza con su mano izquierda, enganchándolo tras la oreja enrojecida. El cuchillo no mide más de treinta centímetros, pero pesa una tonelada. El asfalto se inclina, y cada paso cuesta más que el anterior. Uno, dos, uno, dos. "No la mates", le advierte una voz en su interior, pero él aprieta los dientes y acelera el paso. El cuchillo pesa aún más. La voz en su cabeza grita, pero ya es tarde. El portal se aproxima, tan negro como su conciencia podrida.
"No la mates".
La escalera oculta el tercer piso tras una serie infinita de escalones polvorientos - uno, dos, uno, dos - pero él los recorre uno a uno, y lentamente todos quedan atrás. El cuchillo ríe entre los dedos agarrotados. Finalmente, llama a la puerta mientras ahoga la voz suplicante - no la mates - y oculta el cuchillo, esperando. Ella es morena y liviana, y tiene la piel blanca. Su vestido flota en torno a su cintura y sus manos suaves vuelan, pero no pueden detener el cuchillo. Uno, dos, uno, dos... la hoja afilada entra y sale de la carne con tanta facilidad que asusta. Cayó muerta al suelo teñido de cálida sangre y ni siquiera pudo gritar.

No hay comentarios: